El misterioso anónimo

Edward Wozny se detuvo y entornando los ojos, miró el sol mientras la gente pasaba por su lado en ambas direcciones. El día era caluroso y soleado. Edward llevaba un traje gris muy caro hecho a mano, y, antes de encontrar el trozo de papel que estaba buscando, tuvo que hurgar en lo que parecía ser docenas de bolsillos interiores y exteriores de distintos tamaños y formas.

Al fin encontró el trozo de papel que estaba buscando, arrugado y de un color amarillento. El trozo de papel no medía más de 10 centímetros, en una de sus caras estaba escrito el siguiente mensaje:

“Sr. Wozny

Tengo en mi poder información que seguro podría interesarle, le espero en el muelle de Chelmewtown a medianoche, muelle 14.

¡venga sólo!”

El sol, antes radiante y soleado, poco a poco iba desapareciendo dejando el cielo más y más oscuro ganando la batalla a la luminosidad; anochecía y Edward cada vez estaba más impaciente, aún le quedaba mucho tiempo antes de su cita pero debía comprobar algo antes de acudir, una intuición, algo casi visceral le decía que lo que pasará esta noche en ese muelle bien podía cambiarle la vida para siempre.

Edward era policía, más concretamente detective de homicidios, y no era por alardear, pero era de los mejores en su profesión. Multitud de casos a favor avalan su carrera policial, una gran dote de lógica conjuntada con un ingenio sobrenatural dotaban a Edward de una precisión analítica impresionante.

Por todo esto, resultaba raro al extremo cómo dos extraños asesinatos cometidos simultáneamente en la misma noche, en un intervalo de 30 minutos entre cada uno, estaban dejando en jaque no solo a toda la policía sino también a Edward, pues analíticamente era imposible e inhumano lograr asesinar a esas dos chicas en un intervalo tan pequeño de tiempo y estando las dos en una distancia imposible de salvar en media hora, simplemente imposible. Podría no ser el mismo asesino, claro, eso ya lo había analizado durante muchas noches, pero cómo no ser la misma persona si el modus operandi era, en los dos casos, idéntico; las mismas marcas en el cuello, la víctima totalmente desangrada pero sin manchas de sangre en el cadáver ni alrededores, y la misma expresión de terror post mortem.

Por más que Edward investigara nunca encontró ninguna pista, ningún rastro que le llevara a alguna deducción fiable. Nunca en sus 15 años de profesión se había topado con un misterio así. Y cuando tenía desvanecida toda esperanza, un extraño le dejaba esta nota, enviada directamente a su correo personal, lo que no hacía más que inquietarle pues, ¿quién era ese hombre? Y lo más importante ¿cómo sabía dónde vivía?

Casi sin darse cuenta estaba ya en dicho muelle antes de la hora fijada. Mientras llegaba la hora comprobó los alrededores y puertas traseras del muelle; necesitaba saber dónde estaban las salidas en caso de una retirada, pues bien podría ser una trampa citarlo en este lugar.

Sonó una alarma, era su reloj de bolsillo avisando que había llegado la hora de descubrir el misterio. Entró por la puerta principal de la nave, en la que en su lado derecho ponía con letras grandes “MUELLE 14”. Dentro reinaba la oscuridad más absoluta, sólo rota por la luz de la luna que entraba por los ventanales de la nave, dando al lugar una imagen fantasmagórica, casi irreal. La nave estaba llena de material naval, casi como de un trastero se tratase; anclas, hélices, cuerdas más anchas y grandes que un camión, y demás cosas, pero ni rastro de la persona que le escribió.

La impaciencia invadía a Edward, que a cada minuto crecía y crecía. Pasaron los minutos y esta persona no daba señales de vida, así que harto y también decepcionado decidió marcharse a casa, malhumorado y diciendo improperios para sí.

Edward nunca se dio cuenta que alguien entre las sombras le observaba, tampoco se dio cuenta cómo éste le seguía todo el camino a casa, ni cómo esta persona entró en su apartamento. Tampoco logró darse cuenta nunca cuando esa sombra lograba llegar hasta él en su habitación. Solo se dio cuenta de su agresor un instante antes de morir. Piel pálida, ojos rojo zafiro llenos de maldad y unos dientes puntiagudos y de largos colmillos. Los mismos que acabaron con su vida.

1 comentario en “El misterioso anónimo

  1. Pilar Rodriguez 10/26/2018 — 13:08

    genial , me ha encantado

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